
No hace mucho vi un anuncio en mi barrio en el que pedían extras para una película que se iba a rodar muy cerca. Convencí a una amiga para que me acompañara y así, si no nos cogían, al menos nos habríamos reído un rato. Como era de suponer, medio barrio se había enterado, de modo que la cola era de proporciones considerables. Aproximadamente una hora después de llegar, me toca mi turno y lo primero que hacen, sin preguntarme ni el nombre, es colocarme una cámara en la nariz y hacerme una foto. Vamos, que aquello más que un primer plano parecía un intraplano. Hago un esfuerzo por no perder el humor hasta que después de un escueto "gracias", me señalan con el dedo una mesa donde espera un chico con un portátil. Este quiere saber mi edad, talla de ropa –y aquí no vale mentir porque te arriesgas a quedarte sin vestido para la peli– y si tengo coche, ya que en la escena en cuestión hay una serie de conductores atrapados en un atasco de tráfico. Desde el primer momento intuyo que es la respuesta más importante de la entrevista, pero para mi desgracia, tengo que contestar negativamente. Más tarde me enteré de que la gran mayoría de los que cogieron tenían vehículo. ¿Por qué no empezaron por ahí entonces?
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